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Yo quería ser un cronopio

  • culturacasatomada
  • 13 feb 2021
  • 3 Min. de lectura

Se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento de Julio Cortázar, quizás uno de los máximos referentes de la literatura argentina


¿Cuál sería el escritor argentino por excelencia? Algunos dirán José Hernández, o Sarmiento, o Jorge Luis Borges. Mi favorito, quizás compitiendo de cerca con Roberto Arlt, es el padre de los cronopios, de los famas y los esperanzas, el que jugaba a la rayuela y vivía en una casa tomada. El flaco alto con habano en mano y esos ojos saltones: Julio Cortázar. Esta semana se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento de Julito, así lo llamamos sus amigos, quienes nos emocionamos hasta las lágrimas con la historia de la Maga y Horacio, pero también rompimos en carcajadas con las instrucciones para subir una escalera, o nos maravillamos con sus cuentos y nos enamoramos con Salvo el Crepúsculo.


Lamentablemente, como pasó con Gardel, Cortázar no nació en Argentina. No obstante, eso no lo hace menos argentino ni nos obliga a enorgullecernos menos. Desde chico vino con su familia desde Bélgica, donde su padre (argentino) trabajaba en la embajada, y vivió largos años en Banfield. Aquí fue dando forma a su magia con la pluma y pese a que se fue más tarde a Europa, quedó siempre con el alma de nuestro país.


“Rayuela” es uno de los libros más increíbles que pude leer. Seguramente quienes estudian lingüística o literatura le podrán sacar más el jugo con toda la teoría literaria que Julio presenta en su texto, pero los que somos ignorantes en el tema nos podemos deleitar simplemente con los climas que genera y como con palabras tan simples nos presenta claramente los estados de ánimo de cada personaje. Además de esa novela que te lleva de un capítulo a otro, saltando de acá para allá, están los cuentos, esos relatos maravillosos de “Todos los fuegos el fuego” o “Las armas secretas”, y la profundidad de sus poesías de “Salvo el crepúsculo”. A mí, en particular, me desarma leer los textos de libros como “Un tal Lucas” o “Historias de cronopios y de famas”. Esa picardía en sus palabras y el humor crítico de lo que nos pasa día a día.


Julio según Pablo Bernasconi.


Todo el mundo sabe cómo subir una escalera, pero él da instrucciones específicas de cómo hacerlo, por si las moscas. Todos hablan de encuentros amorosos, últimamente ya ni existe la protección al menor, pero él puede hacer dar cuenta de esa relación sin decir ningún comentario obsceno o sexual, incluso lo hace inventando nuevas palabras.


Esa afición por el boxeo y el jazz, que se tradujeron en las líneas que escribía, con un ritmo que caracterizaban tanto a ese deporte como al estilo musical. La barba despeinada, el acento francés con esa “r” arrastrada, la sonrisa constante y el humo alrededor, todo hacían a un personaje propio de su literatura. Una especie de ternura que obliga a llamarlo “Julito”, como si fuera un amigo, por más que nunca haya tenido la dicha de conocerlo en persona.


Decía Cortázar: “Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de la calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta”. Los cronopios siempre me fascinaron, eran mágicos, y el tipo era un genio…

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