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El conjuro

  • culturacasatomada
  • 4 mar 2021
  • 5 Min. de lectura

Un cuento de Karl Niemand Sprach para Casa Tomada



Ese día, que amaneció fresco y luminoso, el viento ausente, ni una brisa, todo invitando al trabajo de jardinería.


El jardín que siempre se veía tan bien acicalado como las dos hermanas, entradas en años. Isabel, la mayor, e Irene, que no parecía tener los años que las diferenciaban. Eran como dos gotas de agua, el vestido sobrio, oscuro pero elegante, el cabello apenas menos que corto y bien peinado, con esmero. La figura alta, esbelta que dejaba traslucir una interesante belleza en un pasado no muy lejano. No era posible calcular sus edades. Sus manos finas, delgadas, bien cuidadas, podían confundirse con las de un pianista. El carácter afable pero reservado, muy respetadas por el vecindario que envidiaban la belleza del jardín y su impostura señorial.


Se pudo saber que sus vidas habían sido dedicadas a la docencia secundaria, más precisamente a las ciencias exactas, pero sus mentes claras, dejaban traslucir por sus parcas conversaciones, una cultura general excelentemente amplia, capaz de distinguirlas en cualquier tema de conversación de una reunión.


Pedro, el jardinero, era un hombre gris, pequeño, enjuto, taciturno, apenas saludaba a los vecinos, jamás hablaba con nadie, dueño de una figura triste. Los niños le temían y tejían diversas historias aterrorizantes sobre él que cada vez se agrandaban más. Parecía que sus únicos amigos eran las plantas, cuando se encontraba trabajando con ellas su figura parecía crecer y transformarse en un ser cariñoso. Su mirada huidiza normalmente fría, ausente, derramaba amor y las plantas parecían corresponder a ese cariño, parecía que ellas respondían sumisas a sus caprichos y le regalaban las mejores flores. Algunos que pasaron caminando por el lugar, dicen que se le escuchaba hablar con ellas, casi en un susurro, con una voz muy suave, cariñosa y melodiosa. Nunca cortaba una flor, por no lastimar a esa planta.

Las dos mujeres compartían esa forma de trato hacia ellas, decían que las flores eran para engalanar a quienes las producían y debían cumplir su ciclo natural, así como era la libertad para los pájaros. Opinaban que las personas estaban para ayudarlas y no para hacerlas sufrir ni tampoco quitarles sus frutos, en éste caso sus flores. Es decir, vivir en una perfecta armonía seres humanos, plantas, animales, resumiendo todos los seres vivos.


Ese día las dos hermanas se pusieron intranquilas, nerviosas, pues Pedro no aparecía. Al principio lo atribuyeron a una demora, pero a medida que transcurrían las horas su preocupación aumentaba, pues desde el tiempo que trabajaba para ellas jamás se había demorado y menos aún faltado al trabajo que no era tal sino su diversión.


Ese día las dos hermanas se pusieron intranquilas, nerviosas, pues Pedro no aparecía.

Pensaron que acudiría al día siguiente, pero tampoco ocurrió. Al igual que el tercero, por ello su angustia crecía. Al cuarto día decidieron ir hasta su casa, que se situaba en un barrio alejado, en el punto opuesto de la ciudad. Cuando llegaron, se encontraron con una casita humilde pero muy bien cuidada, con pequeño pero hermoso jardín.


Las atendió una mujer que parecía, por su aspecto, ser la pareja perfecta para lo que era la apariencia de Pedro. Les contó, entre sollozos, que ella era su esposa, no tenían hijos y que Pedro, sufría una enfermedad terminal, que en esos días anteriores había hecho crisis, que se encontraba internado, que según los médicos no tenía posibilidad alguna de recuperación, que se esperaba el fatal desenlace a muy corto plazo. Solamente un milagro haría que sobrellevara esta triste situación, además les pidió que rezaran por él, como la hacía ella para que ese milagro se llevara a cabo.


Pedro, no había querido decir nada, por amor a las que él consideraba sus amigas, las plantas y hasta que no pudo más, se dedicó por entero a ellas. De regreso a su casa pasaron por la iglesia y estuvieron largo rato meditando y rezando, lo que harían también los días subsiguientes, cada vez más tiempo. Una vecina, enterada de la situación, les comentó y aconsejó, que acudieran a un culto umbanda que se realizaba en cercanías de su casa, que el Pastor de allí había realizado varias milagrosas sanaciones.


En principio hicieron caso omiso al consejo, pero al ver que la situación empeoraba a diario, la idea comenzó a rondar por sus cabezas. Lo conversaron y convenciéndose mutuamente, decidieron visitar el culto. Para justificar sus conciencias argumentaron “perdido por perdido, si Jesús no ayuda, que lo haga Satán” y allá fueron.


Luego de una larga charla con el Pastor, explicándoles el motivo de la visita y la consabida repuesta de él, que por su intermedio iba a lograr salir del trance, se comprometió a ayudarlas y por supuesto también a Pedro. Que volvieran al día siguiente a determinada hora para hacerles conocer el conjuro a realizarse.


Al día siguiente acudieron a la cita y luego de una larga perorata, y solicitarles una cierta cantidad de dinero como “colaboración” al culto explicándoles que el mal que aquejaba a Pedro, era producido por las plantas, que al amarlas tanto, le habían quitado sus fuerzas y a la vez las posibilidad recuperarlas. Que la solución era que debieran destruir el jardín y por ende también las plantas, en el término de dos días, más aún debía hacerse en la mañana del segundo día y Pedro entonces se recuperaría de inmediato.


La solución era que debieran destruir el jardín y por ende también las plantas, en el término de dos días, más aún debía hacerse en la mañana del segundo día y Pedro entonces se recuperaría de inmediato.

Volvieron a su casa, horrorizadas por lo que habían escuchado, destruir sus plantas que tanto ellas como Pedro amaban, que según la esposa del jardinero en los pocos momentos de lucidez, preguntaba muy preocupado por el estado de ellas y se lamentaba de lo que sufrirían por carecer de sus cuidados, que se recuperaría e iría con ellas. Decidieron que con todo dolor lo harían en la mañana del segundo día.


Al día siguiente prepararon las herramientas, totalmente apesumbradas y desoladas, mientras pensaban que le dirían a Pedro, que excusa crearían.


Esa misma tarde recibieron la triste noticia del fallecimiento de Pedro que sus restos serían cremados al día siguiente y que por su expreso deseo, sus cenizas, si las dos hermanas no se oponían, serían esparcidas en ese jardín tan amado por él, con sus amigas, a quienes consideraba sus iguales, tal vez sus hermanas. No queda duda alguna, tanto Isabel como Irene aceptaron de inmediato, más aun, ya que al hacerlo cumplían con la última voluntad del jardinero y salvaban el adorado jardín.


Comentaban entre ellas estar seguras que el pobre Pedro decidió morirse ese día con el solo objetivo de salvar sus plantas y descansar juntos. También aseguran que algunas noches les parece ver la figura de Pedro laborando con más ahínco que antes.


El nuevo jardinero parecía seguir los pasos de Pedro y bajo la dirección de las hermanas, continuó preservando el exquisito jardín.


Karl Niemand Sprach

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