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Serruchito Tramontina

  • culturacasatomada
  • 20 oct 2020
  • 4 Min. de lectura

Cuento de Danisa Pérez





Las fiestas navideñas en casa eran de otro mundo. La enorme y ruidosa familia reunida alrededor de la mesa larga, la decoración creativa de la abuela que cambiaba cada año, pero que siempre mantenía los manteles con campanitas y hojas de muérdago y las luces de colores en el pino del patio.


La comida era un verdadero festín, una alucinación de colores, de formas cada vez más elaboradas. Abundaba la experimentación en la cocina que iba desde los ingredientes hasta la manera de decorar los platos para presentarlos al resto de los familiares. Y nada de llegar sobre la hora, ni bien despuntaba la tarde empezaban los preparativos: cortar, hervir, prender fuego si se había decidido hacer algo a la parrilla o a las llamas, colgar guirnaldas, carteles de bienvenida, acomodar mesas, sillas, banquitos, sillones, troncos, todo lo que pudiera servir para los muchos invitados a la celebración.

La tradición más esperada, sobre todo para los pequeños, era el momento de preparar la ensalada de frutas. En ese acto sublime podías medir cuanto habías crecido, las tareas más fáciles, como lavar las frutas y cortar la banana en rodajas, eran para los que apenas podían manejar un cuchillo bastante desafilado que terminaba cortando por la presión que ejercía sobre el objeto. Cuando ya eras un pre adolescente podías pelar la naranja, la manzana y cortarlas en trozos. Entonces te atrevías a mirar por sobre el hombro a tus primitos y hasta respondías al pedido de la abuela de cuidar que no se lastimen con el cuchillo serruchito -Tramontina- que tenía más filo que las palabras de la tía Estela cuando se tomaba dos copas de sidra. Otro nivel era cuando te pedían que cortaras la sandía, el melón; que pelaras las peras y ciruelas. En ese momento podías estar seguro, ya eras un joven adulto y esa mirada a tus primos más chicos no era por sobre el hombro porque ahora querías entretenerlos, ayudarlos y cuidarlos. Ahora eras el primo copado, suficientemente grande para llevarlos al kiosco pero no tanto como para no querer jugar a la mancha o a la pelota.


Que maravillosas eran las ensaladas de frutas, se cortaba todo, se exprimían unas naranjas, se ponía en recipientes enormes. Acá el dato fundamental: uno de los recipientes contenía la ensalada para los niños, el otro, para los adultos. No servían de nada los esfuerzos de los más chiquitos por agarrar el cucharon y probar, siempre aparecía como por arte de magia algún familiar, en general una tía medio gritona, que decía con énfasis: “No, esta es la de los grandes”, y tapaba el recipiente con la tapa de una olla. En vano íbamos de a uno los primos, siempre aparecía la tía a decirnos: “Esta es la de los grandes”. Varias veces intentamos estrategias, las planificamos largamente. En una ocasión, los mellis llamaron a todas las tías para que vieran un supuesto espectáculo de magia que habían aprendido, hacían desaparecer un pequeño pañuelito bordado de la abuela. Mientras tanto, yo vigilaba la puerta y mi prima Rocío entraba sigilosa a la cocina con un vaso de plástico para robar la ensalada de frutas misteriosa que los adultos preparaban. La prima Ro llegaba incluso a sacar la tapa, pero en ese instante aparecía una tía (a veces pienso que ni siquiera era corpórea, sino un espíritu vigilante) y le quitaba la tapa de las manos mientras decía: “No, esta es la de los grandes”.


Con el tiempo supe que el ingrediente secreto era algún tipo de alcohol, lo cual es absurdo porque en mi familia somos casi todos abstemios. Se ve que ese poco de vino o sidra era el permitido del año o era un escalón más en las medidas familiares de crecimiento. Cuando la abuela te servía ensalada de frutas del recipiente prohibido, habías ingresado a la adultez de manera irreversible.


No servían de nada los esfuerzos de los más chiquitos por agarrar el cucharon y probar, siempre aparecía como por arte de magia algún familiar, en general una tía medio gritona, que decía con énfasis: “No, esta es la de los grandes”.

Mi abuela venía de una familia muy numerosa, en igual medida cariñosa y divertida. Cuando se mudaron con mi abuelo y tíos a este pueblo, perdieron contacto directo con casi todos los familiares. Muy pocas veces podían celebrar las fiestas juntos, en general debían pasarla solos. La primer navidad en este nuevo hogar los hizo reflexionar. Decidieron que la alegría y el amor seguirían con ellos a pesar de haber tenido que dejar todo atrás. Así, empezaron a invitar a vecinos o amigos que no tenían con quien pasar esa cena especial del año. Con el tiempo llegaron los nietos y la casa se llenó de risas infantiles. Los hijos sumaron familias amigas. Novias o novios, algunos bisnietos. La casa siempre era un caos, pero uno hermoso en donde se charlaba, se reía a carcajadas, se cantaba con una guitarra o sin ella, se bailaba.


Siempre había un plato más para alguien que llegaba sin aviso, algún alma un poco perdida que no tenía con quien pasar la navidad. No se le preguntaba nada, se le arrimaba un banquito, un plato de comida deliciosa y se lo integraba a la charla. Si la persona no tenía plata para pagar su comida, no había problema. Si no tenía alguna fruta o bebida para llevar, nadie se preocupaba. Si en algún momento se ponía a llorar de manera silenciosa, un miembro de la familia lo abrazaba, sin preguntar nada, sin hablar, con amor y compasión. Después no lo encontrábamos en todo el año, pero ese “invitado” nunca olvidaba a esa familia enorme y ruidosa que una navidad le había abierto las puertas de su hogar y de su corazón.


En el patio, el pino que había plantado el abuelo fue creciendo. Aun cuando él se fue y formó otra familia, el pino siguió creciendo. Cuando algunos nietos buscaron nuevos rumbos en otras provincias, siguió creciendo. Cuando hubo divorcios y nuevas parejas, siguió creciendo. Tan alto que ya no se le podía poner luces de colores en navidad. Su mejor decoración seguían siendo sus majestuosas ramas, testigos de tristezas y alegrías, evidencia tangible del paso del tiempo juntos.


Danisa Pérez

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