No soy yo quien veo en ese espejo
- culturacasatomada
- 4 oct 2020
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Cuento breve de Luis Schlossberg

Otra vez ese despertador. Ya no doy más. Todavía está oscuro, ¿qué hora es? Es muy temprano, en cualquier momento caen todos de nuevo, me tengo que levantar. No veo nada. ¿Dónde está la puerta del baño? Tengo que arreglar el interruptor de la luz, cada vez que lo prendo me patea. Encima tengo que comprar dentífrico. No me animo a levantar la cara, otra vez a ver ese espejo. No soy yo quien veo en ese espejo.
Me miro y no encuentro esa persona que todos dicen ver, no nací para ser así, ¿por qué insisten en que sea como ellos quieren? No me siento en comodidad con esta cara, con este pelo corto, ni que estuviéramos en el Ejército. También tengo que hacer algo con esta barba, no puedo estar afeitándome todos los días, no aguanto más. Ahora parece que se potenció el murmullo. Antes no era tan así, o por lo menos no me lo decían de frente. Últimamente siento que todos hablan a mi espalda por lo que soy. Son tiempos en los que cuestionan todo. Lo que uno viste, lo que dice, lo que siente.
Me acuerdo que años atrás, cuando todavía no llegaba a la altura del tapial de casa, ya todos decían qué iba a ser de grande. Se acercaban a casa y hablaban con mis padres sobre lo que podría pasar, yo nunca supe si lo decían como si fuera algo bueno o algo malo, pero ahora es obvio que todos creen que realmente es algún tipo de pecado. Generalizan como si lo que pueden haber hecho uno o dos es lo que puede pasar con todo el mundo.
De a poco sale el sol. Empieza todo el movimiento. Se escuchan las voces. Dicen cualquier cosa. Ni hablar de lo que piensan sobre nuestros hijos. ¿Por qué no podemos tener hijos? Si los cuidaríamos como cualquiera. Con lo que me gustan los chicos… Sueño con poder enseñarles todo lo que sé y compartir con ellos tantas cosas. Pero no. No sólo está mal visto, sino que las supuestas reglas de esta sociedad no nos lo permiten. Mirá esas arrugas, ya no soy como antes. Antes hubiera dejado todo, sin importar el qué dirán, pero ya no tengo fuerzas. El cansancio es muy grande, no soy yo quien veo en el espejo, pero tampoco tengo ánimos para gritar a los cuatro vientos qué es lo que quiero.
Ya hace calor. Hoy va a estar muy pesado. Algunos todavía nos defienden, quizás con mucha convicción, y eso me reconforta en parte, pero otros nos odian, ¿qué hicimos de malo para que lo hagan? Me acuerdo de esa última manifestación, en la que con carteles y redoblantes gritaban en su pedido para que nos corten los derechos. Somos iguales al resto, lo único que sentimos diferente. Al menos así lo creí toda mi vida, estos días ya no tanto. Me veo en el espejo y no son míos esos años, no es mío este cuerpo, no son míos esos ojos. Cómo desearía poder cambiarlos. Hasta la sonrisa perdí. Cuando todavía era adolescente me podía divertir, pero ahora está mal visto, no puedo ni festejar. Me solía poner mis mejores ropas y me iba al baile, la pasaba muy bien, bailaba toda la noche. Pero ahora, ahora no se puede. Ahora todo tiene que ver con el sexo, como si fuera eso lo único que me importa. Mi elección tiene que ver con otras cosas, con sentimientos, hasta con valores. Pero eso ya no importa, por eso siento que tengo que cambiar de inmediato.
Se siente seca la piel con este jabón, quizás tenga que comprar uno de mejor marca. Todos los productos ahora tienen esos químicos que me lastiman la piel, siento que se me parten las palmas de las manos. No sé porqué, pero me costó horrores contarles de mi decisión a mis padres. Sabía que de alguna forma mi madre estaría contenta, pero que mi padre no lo aprobaría. Él siempre tuvo la idea de que una persona debe estudiar, conseguir un trabajo, formar una familia y todo el verso de siempre que no se correspondía con lo que yo les estaba planteando. Me pedía nietos y, de nuevo la historia de los hijos, yo no se los podía dar. No me importaba lo que dijeran en el barrio, ¿qué puede cambiar en mi vida lo que opine la señora de Gutiérrez o la madre de García? Lo que afectaba realmente a mi corazón era lo que sentían mis padres. Ellos me conocieron tal como soy y quizás también me entenderían ante mis decisiones.
Me miro, recorro mi cara, mi cuerpo, y siento que lo que refleja ese espejo no se corresponde conmigo. Lo que veo ahí no soy yo. Tengo que cambiar, porque no me siento bien así. Es una mentira, para todo el mundo que me mira con esos ojos. Pero más aún para mi persona, que sé lo que realmente hay en este cuerpo. No soy yo lo que hay en ese espejo. Debería haber seguido con lo que me gustaba, bailar, cantar, quizás hacer carrera en eso, pero no, decidí esto, y debo cambiar. Es simple, ya no puedo ser sacerdote.
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