Mesmo que un espejo
- culturacasatomada
- 28 sept 2020
- 2 Min. de lectura
El legado de Florencio Molina Campos

Nunca hice un relevamiento detallado de cuántas láminas de él tengo, pero se me hace que debo estar superando las 250. En una época me dediqué a coleccionarlas y tengo muchísimas, de todos los tamaños, pero la mayoría con las dimensiones justas como para la billetera. Seguro que todos tienen al menos uno de sus cuadros ilustrando un calendario de este año o de lustros atrás, pero que no tiró por “el dibujito de la parte de atrás”. Lo particular es que esos “dibujitos” nacieron para otros almanaques, los de “Alpargatas” y con eso el artista porteño quedó en la historia.
Florencio Molina Campos, parece uno de esos nombres puestos a propósito, pero no sólo su apellido hacía referencia a lo rural, gran parte de su obra nos remite a lo que vivían los gauchos y las chinas en el interior, lejos del puerto y el arrabal. Nació en Buenos Aires, el 21 de agosto de 1891, y creció entre la ciudad y los campos de sus padres en Tuyu y General Madariaga, en Buenos Aires, y Chajarí, Entre Ríos. Esos paisajes y postales fueron tiempo después inspiradoras de tantos trabajos que al día de hoy se mantienen con mucha vida.
“Va cayendo gente al baile”, “Viva yo y el que me fía”, “Pa’l lao del Pocho”, “Juiii… juiii… juiii!”, “Despuntando ‘l vicio”, son algunos de los títulos de sus cuadros.
Como artista fue muy reconocido, no sólo en nuestro país, donde recibió numerosos premios, sino que hizo exposiciones en Europa y hasta llamó la atención del mismísimo Walt Disney. Tanto fue así que el rey de los dibujos animados lo convocó para trabajar en una serie de películas que contaban con locaciones latinoamericanas. Después el proyecto cambió un poco, pero la experiencia ya estaba.
“Va cayendo gente al baile”, “Viva yo y el que me fía”, “Pa’l lao del Pocho”, “Juiii… juiii… juiii!”, “Despuntando ‘l vicio”, son algunos de los títulos de sus cuadros. En general tenían nombres pícaros, con mucho humor, y eso también se veía en la obra. Más allá de la técnica y los colores, lo simbólico de su estilo y algunas otras apreciaciones que seguro harán mejor los críticos de arte, las ilustraciones eran maravillosas.

Los muchachos tenían casi todos pinta de borrachines, con esos cachetes colorados y las sonrisas casi grotescas. Los labios grandotes y los dientes desalineados. Las mujercitas eran más bigotudas que los caballeros, con narices prominentes y los mismos problemas de ortodoncia. Aún así, como no existen parámetros exactos para evaluar a la belleza, podemos seguir diciendo que eran los personajes más atractivos que cualquiera puede elegir.
Es inevitable sonreír con los cuadros de Molina Campos, y eso llevó a sus creaciones a todo el merchandising de muñequitos, mazos de cartas, posters, hasta juegos de ajedrez con un estilo autóctono. Creo que incluso se presenta como un excelente obsequio cualquier elemento relacionado al pintor, nadie dudaría en exponer velozmente un regalo con sus personajes, sea lo que sea. Dicho en criollo, el artista y su obra superaron todos los límites, para quedarse para siempre en el espíritu argentino.
Luis Schlossberg

Comments