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Transición

  • culturacasatomada
  • 4 oct 2020
  • 5 Min. de lectura

Cuento de Danisa Pérez




Esa mañana, desperté algo extraña, sentía que mi piel tenía una sensibilidad diferente y mis ojos (casi siempre extremadamente hinchados) hoy se presentaban claros y muy abiertos. Increíblemente podía observarlo todo, incluso parecía que la molesta miopía se había corregido. Mi oído podía escuchar la melodía de cada pájaro que rondaba por el patio y los aromas del desayuno preparado por mamá me parecían un manjar inexplicable, me inundaban y me transportaban a años de infancia feliz.


Me vestí con una lucidez de otro mundo. Las tradicionales vueltas alrededor del ropero no fueron necesarias. Increíblemente tenía muy claro qué quería ponerme. Un jean azul y esa remera mangas cortas de Molotov que tanto me gustaba. No hacía calor pero tenía ganas de sentir el aire en mis brazos. Las zapatillas negras, un collarcito y perfume. Me cepillé el pelo y salí de mi habitación.


Me sorprendió ver que mi mamá había preparado tostadas con manteca y dulce, algo extraño en esos tiempos en casa, mi hermana y mi padre estaban obsesionados con la apariencia física y hacía meses que no permitían que entraran harinas en la casa. Ese trozo de pan del que mamá había hecho tostadas debe haber ingresado de manera ilegal, escondida, en absoluto secreto. ¿O quizás serían tostadas ligth? No importaba, era riquísimo. Sobre todo con el café con leche.


Después de desayunar, tomé mi mochila y antes de que pudiera llegar a la puerta, mi hermana, siempre fría como un hielo, me tocó el hombro. Cuando giré me dio un ruidoso beso en el cachete y me deseó que tuviera un buen día. Definitivamente había algo raro, ella jamás, pero JAMÁS expresaría cariño por mí de no pasar algo.

Me encaminé a la universidad, este era mi primer año de medicina veterinaria y la verdad que me iba muy bien. Estaba contenta. Amistad, conocimientos, encuentros con todo tipo de personas, los peñones. No me podía quejar o mejor, no me quería quejar, no tenía motivos.


En la parada del colectivo empecé a sentir una leve presión en mi pecho, mis manos empezaron a temblar levemente, mi respiración se agitó. Intenté calmar mi mente, desde niña mamá me había enseñado la meditación y el poder de la mente. Ella seguía el budismo, aunque a veces nosotros nos riéramos de su intensidad con el tema, intentaba que cultiváramos una mente serena y bondadosa. Esos ejercicios de respiración no me ayudaron, saqué mi teléfono y antes de que pudiera llamar a papá me caí al suelo, mi vista se fue nublando lentamente y pude observar como algunas personas corrían hacia mí y hacían gestos de desesperación, ya no escuchaba pero por los movimientos supuse que estaban llamando a una ambulancia.

Mis ojos se cerraron y ya no pude volver a ese lugar.


Extrañamente desperté en mi habitación. Respiré aliviada, evidentemente todo había sido un sueño y ahora amanecía. Pensando en cómo se había desarrollado mí mañana, debería haberme dado cuenta de que esos hechos no eran normales.

Pero cuando intenté vestirme, la tierra empezó a temblar. Movimientos sísmicos en esta zona, muy extraño. Era persistente. Comenzaron a escucharse truenos, como explosiones y ya no pude distinguir entre el piso y el techo. Todo comenzó a abrirse y destruirse como atraídos por un agujero negro invisible. Me sentí muy confundida, aunque aún conservaba mi cuerpo, el resto del mundo parecía desvanecerse ante mis ojos. Ya no me sentía segura como antes, estaba muy perdida y angustiada. Cómo iba a salir de esa situación. Empecé a gritar con todas mis fuerzas, llamé a mamá y a papá. Grité hasta no poder más. Caí rendida, cansada, llorando.


Nadie amable vino a ayudarme.

Por el contrario, se personificaron cientos de pensamientos horribles, todo el odio, la envidia, la avaricia que había sentido alguna vez en mi corta vida, se desplegaron frente a mí de manera implacable. El miedo se apoderó de todo.

Entonces entendí, eso no era un sueño, era la realidad más intensa que puede vivir un ser. Estaba definitivamente muerta. Estaba atravesando los cambios hacia mi próxima vida. Empecé a pensar en todas las ideas que mi mamá nos contaba y recordé cuánto se preparaban mentalmente los budistas para este momento, que llamaban el más importante de la vida.


Irreversiblemente estaba muerta. Con este entendimiento se desvanecieron las figuras terroríficas (esas proyecciones extrañas). Y nuevos escenarios surgieron ante mis pies como pintados por un enorme e invisible pincel.

La tristeza no desapareció. Ya decía yo que había algo raro en mi casa ese día. Tantas atenciones, tanta felicidad al instante y la conciencia de esa felicidad. Debí sospechar algo. Como cuando a un condenado a muerte le sirven su última cena, como cuando un enfermo terminal tiene esos momentos de lucidez y aparente cura antes de irse definitivamente.


Pensé en mi familia, en mis amigas y en esa persona con la que había empezado a salir hacía tan poquito. Que desperdicio del universo, mandarme a la tierra por tan poco tiempo. Era injusto, yo quería quedarme y no me dieron la posibilidad de decidir, no hubo ninguna luz blanca al frente hacía la cual caminar o no hacerlo. Y qué iba a hacer ahora, sin dudas esos lugares eran hermosos pero estaba sola y no me sentía feliz.

Fue insólito pero empecé a extrañar a la mala onda de mi hermana, a pensar en la carga que iba a tener sobre su cabeza, toda su vida tratando de llenar el vacío y la tristeza de mis padres ante mi pérdida. Siento dolor por ellos.


¿Cuánto caminé por este lugar, un minuto, una hora, un año? Perdí la noción del tiempo, y deseé que esto terminara. Decidí ingresar a alguna de las casas del camino. Algunas, muy hermosas y otras ciertamente tenebrosas. Como no confío en los extremos ingresé a una intermedia, algo de belleza y algo de espanto como mi antigua vida.

Ahora soy una preciosa bebita, parece que cuando entré en esa casa entraba en una matriz. Es raro no poder usar mi cuerpo, darle órdenes a mis extremidades y que no hagan nada. Mi mamá tiene una hermosa voz, melodiosa, alegre, segura. Sé que hay otras personas en la habitación pero no logro distinguir sus roles. Esta vida es tan nueva que me abruma. ¿Qué habrá pasado con mi familia? Seguro me habrán llorado muchísimo, me habrán despedido. Y mi ropa, mis cosas, espero que hayan encontrado la plata que estaba guardando para irme de vacaciones con las chicas, ¿por qué la escondí tanto? ¿Por qué no me compré ese libro que tanto quería leer? ¿Por qué no fui al cumple de Male y le dije cuánto la quería? No abracé a mamá, no acaricié a mi hartante perro. Tengo ganas de llorar fuerte. Al menos para que mi nueva mamá me levante y sentir su calor, para no pensar en todo lo que dejé atrás.


Pero no puedo olvidarme de todo, no me voy a olvidar, voy a recordar mi vida anterior y cuando sea grande y mi cuerpo me haga caso voy a volver a visitar a mamá y papá, a mis amigas. Sí, eso voy a hacer… ¿qué iba a hacer? Esto de dormirme todo el tiempo no ayuda. Voy a ser una bebé muy infeliz, no quiero tener otra familia. Voy a llorar un montón para que me abandonen. ¿Voy a llorar? ¿Por qué iba a llorar? Ah si, cierto, no quiero estar contenta… ¿por qué no quiero estar contenta? Esa cara que hace papá es muy graciosa. Y se acaba de chocar con la puerta, que risa. No, pero no puedo olvidarme ¿de qué era que no quería olvidarme? Uh, es la hora de la mamadera, no me la puedo perder, hace rato que estoy quejándome para que me la traigan.

Papá y mamá son hermosos, los amo tanto, eso era lo que no quería olvidarme. Estoy tan feliz porque seguro que hoy salimos a pasear en el cochecito. Que alegría. Me está dando sueño, mejor duermo un ratito.

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