Conflicto laboral
- culturacasatomada
- 25 oct 2020
- 6 Min. de lectura
Un cuento de Elsa González

Treinta y seis grados y una humedad de esas que hacen que la sensación térmica sea de cincuenta. La ciudad es un gran horno, pero Sara no le afloja ni un tranco a su trabajo de planchar una blusa tras otra. Hay que ser muy mujer para aguantarse ocho horas de pie, transpirando hasta por la punta de los pelos…Sara lo es, a pesar de su juventud; y si no, que lo diga Darío, que anda como loco desde que le dijo que no quería casarse con él.
“Tiene que haber algo más para una mujer que tener todos los hijos y pasar todas las miserias que un hombre quiera darnos”. Y al repetir esa disculpa para sí misma, piensa en su madre, sus hermanas mayores, y en todas las que crecieron como ella, a orillas del arroyo, entre el ladrido de los perros flacos y el humo de los braseros.
Tiene que haber algo más que tener hijos para que mueran de esas estúpidas enfermedades que sólo matan a los hijos de los pobres; hijos que abandonan la escuela antes de aprender a escribir bien sus nombres; hijos que afianzan sus vidas en la misma miseria, heredada como una enfermedad maligna que anula su oportunidades.
Muchachas que se embarazan antes de la primera regla, o caen en Las manos de un fiolo barato, que las golpea y las explota. Limosneros, delincuentes juveniles, aún los más decentes aprenderán a vivir resignados de alguna changa o de cualquier trabajo temporal y mal pagado. Tomarán vino con los amigos, para demostrar su virilidad, y en la primera borrachera temprana se recibirán de hombres, y estarán habilitados para participar de las peleas callejeras donde muchos de ellos encontrarán la muerte. La policía vendrá a llevarlos a todos cada vez que vea algo sospechoso, y conocerán la angustia de pasar en la cárcel, cuando menos una noche, hablando solos en la oscuridad de un calabozo.
Esas son las razones por las que Sara plancha con tanta fuerza; es la primera vez que tiene oportunidad de ganar, y con lo que cobre va a alquilar una casita en un barrio donde ser pobres no sea una vergüenza, porque la pobreza, cuando es digna, tienen una cara más limpia y sonriente.
Ya hicieron planes con su madre: Construirán en el fondo un hornito de barro para cocinar pan casero, con grasa y chicharrón. ¿Quién no va a sentirse tentado por el delicioso aroma del pan? Los hermanos menores de Sara van a ser los encargados de venderlo. Ya les hizo acondicionar la vieja bicicleta y prepararon también el canasto. “Mejor barrio, mejor gente, mejores compañías. Van a terminar la escuela, y tienen que aprender un oficio. Yo también voy a ir a la escuela nocturna. Solo así vamos a torcer este destino de penurias- le dice a sus hermanos- No quiero que terminen como papá, con una bala en la cabeza”.
Torcer el destino no es fácil, pero la decisión está tomada, y sólo falta ese dinero que está ganando. Por eso plancha y plancha, ignorando todo lo que no sean sus pensamientos, que la inducen a poner más empeño.
Torcer el destino no es fácil, pero la decisión está tomada, y sólo falta ese dinero que está ganando.
“Tengo que llevarle la mesa grande a Don Rosas, el carpintero. Seguro que me la deja como nueva y en una de esas ni me cobra. Como es el padrino de Marcelo…En la compra venta de la San Martín, vi sillas baratas, harían falta por lo menos seis. También hace falta pintura para las puertas y ventanas, y unas cortinitas, aunque sea de cuadrillé. Manuela me regaló semillas para que sembremos en la nueva casa. Voy a comprar una pala para que los chicos ablanden la tierra”…Y la hilera de blusas crece y crece, al conjuro de sus necesidades.
Entonces advierte una presencia a sus espaldas: es Don José, el mismísimo dueño del taller. Está parado, observándola desde hace rato, y eso es muy raro en él, que nunca baja de su oficina; siempre mira desde lo alto y a través del vidrio.
Sara lo saluda, desconcertada. Tiene miedo de haber hecho algo mal, pero se tranquiliza al recordar que solo el primer día quemó una blusa y todo quedó solucionado con la ayuda de Celia, la encargada.
- Siga, nomás- le dice Don José- ¡Haga de cuenta que yo no estoy!
Intenta seguir, pero el saberse controlada la pone sumamente incómoda. Desenchufa la plancha y se da vuelta.
- Con el debido respeto, Don José. Me gustaría que me diga porqué me está mirando. No me gusta sentir que me vigilan.
-¿No le gusta sentir que la vigilan, señorita?-le dice Don José, empleando un tono bastante irónico- En primer lugar, le digo que estoy aquí porque soy el dueño, y tengo derecho a pararme donde se me antoje ¿Está claro?... Y en segundo lugar, la estoy controlando porque usted plancha demasiado. Y cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía.
- Pero esto no es limosna, señor. Usted me paga por cada blusa que yo plancho, y yo trato de planchar todo lo que puedo porque el dinero me hace mucha falta. Todo está muy clarito.
"Pero esto no es limosna, señor. Usted me paga por cada blusa que yo plancho".
- ¡Tonterías!...Hace cincuenta años que estoy en el taller y nunca vi nada igual. Ud. Está planchando cuatro veces más que cualquier obrera a sueldo. O Ud. Es una superdotada, cosa que no creo, o se está pasando de viva y está participando de alguna tramoya para robarme.
Sara lo mira con asombro. La acusación la toma tan de sorpresa que no encuentra la respuesta adecuada. Don José malinterpreta esa sorpresa y aprovecha para decir en tono cómplice.
- Ud. Es nueva. Seguramente la enredaron en esto…si me da los nombres de las otras, no voy a tomar medidas contra Ud.
Ahora Sara es una caldera a punto de explotar. ¿Qué se cree ese viejo cabrón?
- Mire, Don, yo lo único que hago es trabajar. ¡Deje de tratarme de ladrona porque soy capaz de asentarle la plancha caliente en la cara! ¡Y ahora dígame si me echa o me deja que trabaje tranquila!
Don José retrocede.
- ¡Es brava la negra!- piensa- y además parece sincera. Habrá que reconsiderar el problema. Los del sindicato me van a oír…-
- Siga trabajando nomás…- le dice en tono altanero- pero tenga presente que desde arriba la voy a estar controlando. ¡Vamos a ver si es cierto que es tan buena.-
Sara descarga su rabia planchando, y como está acostumbrada a las dificultades, en seguida le encuentra el lado bueno al asunto:
- Lo estoy preocupando a Don José. Me estoy convirtiendo en una persona importante.
El rumor de las máquinas en marcha es reemplazado por el bullicio de las obreras que se preparan para salir.
Ya ha pasado más de una semana. Una abrupta tormenta de verano terminó con el calor durante la mañana, y Sara siente que el aire fresco filtrado por los ventiluces duplica sus ganas de vivir. Ya está hecho. La casa está alquilada y esta misma tarde Julián irá con el carro a mudarlos. Suena el timbre de salida. El rumor de las máquinas en marcha es reemplazado por el bullicio de las obreras que se preparan para salir. Sara deja que su cuerpo se relaje después del trabajo intenso. Se acomoda, toma su bolso y sale lentamente a la vereda, donde las obreras, que la están esperando, la rodean, dándole empujones y gritándole insultos. La delegada se abre paso y la enfrenta con los brazos en jarra.
- ¡Queremos verle la cara a la hija de puta que hizo que le aumenten la producción a las compañeras planchadoras!-
Apenas atina a defenderse diciendo:
- Yo no sabía que podía perjudicar a alguien,,,
Una mujer de cabello entrecano la increpa
- ¡No te hagás la mosquita muerta, porque es una fija que esto lo planearon los de la oficina, y vos te pusiste de acuerdo con ellos para jodernos! ¡El sindicato no te puede permitir que vos planches tanto!-
Sara siente que quieren quitarle su oportunidad y reacciona.
- ¡Y qué carajo me va a dar tu sindicato cuando yo no tenga un peso! ¡Te creés que plancho por amor al arte, idiota!
- ¡Basta! ¡No transformen esto en una pelea de comadres!- Interviene la delegada- Mirá, te voy a hablar bien, vos me parecés buena piba. Pero hay quien piensa que pactaste con los de arriba para perjudicarnos. Te vieron hablando con Don José. Tené cuidado porque vamos a investigar, y si eso llega a ser cierto, no te va a quedar un hueso sano.
Sara comienza a resignarse a despertar las sospechas de todos ´sólo porque trabaja demasiado. Se promete a sí misma moderar su actividad, ahora que consiguió su objetivo principal. Toma aliento, y cuando habla lo hace con voz pausada y calma.
- Tienen razón. De arriba me pusieron. Pero de mucho más arriba que esta oficina piojosa. Parece que por fin Él se acordó que existo, y me dio una manito para que pueda salir de ese caserío miserable donde me crié. – Y abriéndose paso, las deja parada discutiendo el conflicto laboral, mientras ella se apura para llegar a tiempo a ayudar con la mudanza.
Elsa González
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