Cementerio
- culturacasatomada
- 2 oct 2020
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Cuento breve de Danisa Pérez

Solía darme pánico ir al cementerio, pero la idea de que la tumba de mi mamá quedara sin flores me angustiaba. Compré un precioso ramo y entré. Ya era bastante tarde, el trabajo del día me había demorado, pero hoy era su cumpleaños, no podía evitar una sensación de tristeza y de dolor. No quería fallarle, no había estado en los últimos momentos de su enfermedad y eso me perseguía, no me dejaba ser feliz. A pesar de los años que habían pasado y de las hermosas personas presentes en mi vida, no lograba estar bien.
Le pedí al guardia que me avisara el momento del cierre del cementerio. Su cara aburrida se transformó y me contestó amablemente, con una amplia sonrisa.
-Claro joven. ¿A quién visita?
- A mi madre, Antonia Flores.
- Oh, claro, una mujer muy especial.
- ¿De dónde la conoce?
- De aquí… se pondrá muy feliz de verlo.
Le sonreí con compasión, sin dudas a ese hombre le había afectado su trabajo. Le agradecí y me fui a ver a mamá sacudiendo la cabeza.
Acomodé su tumba, que extrañamente estaba muy cuidada, quizás mi papá venía a verla, aunque el matrimonio se había terminado mucho antes de su fallecimiento. Puse las flores que había comprado y me senté frente a su lápida. Me pareció correcto dedicarle una oración, aunque no soy religioso.
Me distraje, la noche empezó a caer sobre la copa de los árboles y una sensación de opresión me invadió. Salí con paso rápido hasta la entrada. Allí estaba el extraño guardia cerrando las rejas del otro lado. Le grite que esperara, que me había quedado adentro. Sonrió y se alejó. Por mucho que llamé nadie se acercó. Volví a la tumba de mi madre un poco inquieto. Me senté frente a ella y entendí que no era una casualidad, todo pasa por algo.
La mañana siguiente mostró un día hermoso o quizás era mi nueva percepción de la vida. Ella me había acunado como cuando era un niño indefenso, me había cantado y pedido que observara mejor mi vida. Que viviera mi vida. Me dispuse a irme, me despedí como necesitaba hacerlo. Cuando pasé por la puerta de entrada, el guardia de seguridad, con su extraño gesto me preguntó:
-¿Resolvieron sus asuntos?
-Definitivamente –respondí-.
-Entonces ya no la encontraré por aquí, voy a extrañar sus cantos.
Dejé atrás el cementerio y todas mis culpas.
Danisa Andrea Pérez
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