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"La mayoría de los internos han sido excluidos naturalmente de sus derechos fundamentales"

  • culturacasatomada
  • 14 ene 2021
  • 7 Min. de lectura

En su primera novela, "Corral de humanos", Nydia Farhat revela cómo es la dura vida dentro de las cárceles. En diálogo con Casa Tomada se refiere a las estigmatizaciones y las desigualdades sociales que marcan el destino de muchos de los detenidos





Es una militante social que desde hace años pelea por los derechos humanos desde una ONG que coordina y por el valor de la educación desde la docencia. En su primer libro Nydia Farhat no sólo maravilla a todos por su pluma, sino que nos sumerge en el duro mundo de la vida en un penal, contando cosas que muchos deciden callar y alertando sobre desigualdades que vemos a diario en la calle, pero que muchos prefieren esquivar.


“Corral de humanos” cuenta la historia de una docente que se enfrenta a diario con relatos que revuelven el estómago y hacen un nudo en la garganta, mientras la reencuentra con una adinerada familia de su pasado y un polémico hecho que revoluciona a la sociedad. En esta novela Farhat vuelca años de experiencia en la enseñanza carcelaria, y en diálogo con Casa Tomada nos cuenta cómo fue el proceso de escritura de un libro que no puede faltar en ninguna biblioteca.


- Es tu primer libro y lo hacés con una novela muy fuerte, ¿cómo fue la experiencia de escribirla?

- Escribir esta novela fue catártico. Sentí que había llegado “el momento de contar”. La experiencia y las vivencias que he tenido en más de 20 años como docente intramuros me reclamaban ser volcadas en palabras. Y la forma menos perjudicial para hacerlo era a través de una novela. Perjudicial, digo, porque la cárcel es un universo tan particular y a la vez tan desconocido, que la única manera de no afectar a ninguno de los que allí pasan sus días (ya sea como internos o como trabajadores) era buscando un mundo ficcional.


- Si bien es todo ficción lo que se presenta, hay mucho de lo vivido tras tantos años como docente en la Unidad Penitenciaria, ¿cuánto hay de real en cada personaje con los que tuviste de alumnos?

- Hay una base de realidad en mucho de lo narrado. Busqué que las descripciones y los hechos fueran “fotografías” a través de un pretendido hiperrealismo aplicado a esta escritura y, que, además, sirviera como fuente de referencia para crear una representación certera, detallada, emocionalmente precisa. Aún así, con toda la crudeza que tiene la novela, siento que me quedé corta. ¡Hay tanto, tanto por contar!





- Sin dudas hay muchos imaginarios de lo que es convivir en la cárcel con los internos, ¿de qué se valen los docentes para poder sobrellevar ese día a día?

- Ante todo, es necesario que a nivel personal e institucional ratifiquemos o rectifiquemos nuestro compromiso honesto y verdadero con el hecho de hacernos cargo de lo que significa educar. Los docentes no podemos ni debemos permitirnos una educación que recaiga en el asistencialismo pedagógico, donde tenga mayor peso la intención que la comprensión; la dádiva y el facilismo por sobre la constitución del pensamiento reflexivo y la autonomía en el pensamiento. ¡Pero es tan sutil y a la vez tan difícil evitar caer en ello! En las instituciones totales, como lo es la cárcel, los procedimientos y las normativas diluyen los límites personales; se colectivizan roles, y quehaceres, y se instala el “despojamiento institucionalizado” sobre quién es ese sujeto que está en nuestras aulas. No es un número, no es uno (o muchos) delitos, no es un expediente, no es un pasado. Es una persona que no debe perder su individuación, y a la que debemos conocer y comprender para que el desposeimiento y el desafecto no lo “prisionalicen”. Enseñar en la cárcel es una “pulseada” permanente entre la forma de vida y el significado y sentido de la educación para procurar el triunfo de esta última.


- Además de la vida dentro del penal, la novela refleja desigualdades sociales que se dan fuera del edificio, ¿qué análisis tuviste que hacer para enmarcar los hechos que relatás?

- Las desigualdades, las inequidades, las diferencias y las diferencias están muy pronunciadas en esta ciudad. O al menos son muy evidentes. No fue necesario ir más allá de mi propia experiencia dentro de la militancia sociocomunitaria. Las vivo a menudo, te diría. Y desde hace muchísimos años. Te cito un ejemplo: con la ONG de diabetes a la que pertenezco, estábamos haciendo testeos gratuitos de glucosa capilar para verificar posibles personas con diabetes tipo 2, en la plaza central, un día sábado por la mañana. En nuestras mesas de trabajo, ponemos siempre una alcancía para poder manejar la “caja chica” a de la asociación. Entre los que esperaban en la cola para controlarse, había dos señoras. La primera nos dijo algo así como: “Gracias a Dios que los encuentro. Recién salgo de trabajar. Mis patrones me tuvieron dos días a full, arreglando todo para recibir a la familia que viene de Europa”. Cuando le preguntamos si estaba en ayunas (o no) para el parámetro de la medición, nos dijo: “¡Sí! Almorcé ayer. Después no me dieron nada. Pero ya me voy a mi casita”. Y, con generosidad supina, abrió su monedero y nos dejó diez pesos. “Es todo lo que tengo, pero les agradezco tanto lo que hacen. Ni bien los encuentre de nuevo les ofrezco más”, nos dijo, y se fue. La señora que seguía, tenía un bronceado envidiable. Era una mujer mayor, hermosa, peinada de peluquería, muy bien vestida, impecable, perfumada, con cierta afectación y aire sobrador para hablar. Nos dijo algo así como: “¡Ay chicos! Qué lindo encontrarlos. Acabo de llegar de Italia y me cansé de hablar de ustedes y de la ley de diabetes que salió de esta ciudad. Del triunfo que tuvieron. Estoy muy orgullosa. Esperen que les dejo una colaboración”, y sacó 25 centavos de la cartera y los puso en la alcancía. “Les dejo esto, amores. Porque ya dejé 100 pesos en cada una de las proteccionistas que están en la plaza. Los perritos me pueden”, completó. Con estas historias están perfectamente representadas las idiosincrasias, los parámetros y los valores. Y son experiencias por el estilo las que me abrieron las llaves para elaborar a los personajes disímiles que aparecen desde el “afuera” de la novela.


- Por momentos da la impresión que el sistema, en vez de reformar, termina degradando aún más, ¿consideras que es una de las principales críticas de la novela? La de la necesidad de una reestructuración en ese sentido.

- En la cárcel hay una realidad contundente respecto de sus pobladores: la gran mayoría provienen de ámbitos previos de marginación socioeconómica, donde han sido “naturalmente” excluidos de sus derechos fundamentales como la alimentación, la escolarización, la identidad (documentación), la salud. Han sobrevivido en la precariedad habitacional, en el trabajo indigno (puesto de manifiesto en la subocupación, la desocupación, la mano de obra barata y en este sentido en la ausencia de derechos y excesos de obligaciones. Por lo tanto, es tan contradictorio como hipócrita pretender “reinsertar”, o en la más afortunada de las expresiones, “incluir” a una persona en el seno de una sociedad a la que nunca perteneció. La cárcel “perfecciona” las habilidades delictivas. Es una institución social “contranatura”.


"La cárcel 'perfecciona' las habilidades delictivas. Es una institución social 'contranatura'".

- Creo que es fundamental entender que no se justifican los delitos que cometieron los internos y los llevaron allí, pero también sirve para comprender que muchas veces es un destino muy difícil de esquivar, ¿lo ves así?

- Sí. Tal cual. Muchos, la gran mayoría, procede de contextos donde el primer delito lo comete el Estado con su ausencia y al no tener políticas de prevención, sino solamente “parches asistencialistas” a la hora de abordar temas esenciales como la salud, el trabajo, la buena alimentación, la educación.


- Hechos como los que envuelven a la familia Bartolomeo, con la corrupción que brinda privilegios a los que más tienen y crucifica a los que menos, parecen terminar naturalizándose en todos lados, una vez más, se registra esa desigualdad social que se denuncia desde la novela. ¿Sentís que ese sería uno de los ejes de la historia?

- Así es. Estéfano Bartolomeo llega a la cárcel por un acuerdo sucio entre su abogado defensor y los efectores del poder judicial. Hay dinero de por medio para que “se calmen los negros”. El siniestro vial donde muere atropellada una militante barrial que da de comer a los niños de su barrio. Si la víctima no hubiese sido alguien tan fuerte en su territorio, el joven no hubiese conocido jamás la cárcel. En esta novela estamos todos, todos, desde ese costado oscuro, desgraciado y cruel que nos atraviesa por la sola condición de ser humanos. La iglesia, la policía, la Justicia, los políticos, el servicio penitenciario, los internos, las familias, la maestra. Por eso abro el texto con una frase de Gabriel García Márquez: “Somos capaces de los actos más nobles y de los más abyectos; de poemas sublimes y asesinatos dementes; de funerales jubilosos y parrandas mortales. No porque unos seamos buenos y otros malos, sino porque todos participamos de ambos extremos. Llegado el caso – y Dios nos libre – todos somos capaces de todo”.


Luis Schlossberg




Reseña de Casa Tomada para la contratapa del libro “Corral de Humanos”


La familia Bartolomeo vivió generaciones rodeada de lujos y excesos. Estéfano, el más joven del clan, quita la vida a una importante referente barrial en un accidente con su moto. Los abogados recomiendan que, para evitar una pueblada en su contra, cumpla un período en prisión. Allí conoce a la docente Lirio Sandoval y, a la vez, a un mundo que le es completamente ajeno, lejano de aquél que lo ha contenido toda su vida.


“Corral de humanos” es el punto de encuentro de quienes sufrieron el olvido. Por parte de sus familiares, del Estado, del mundo. Estéfano y la señorita Lirio son los protagonistas de este relato, pero también lo son todos los que llegaron a cumplir condena por sus delitos. “Todo se paga en esta vida”, sostiene la profesora de la Unidad Penitenciaria, y asegura que para que esto suceda “sólo hay que empujar un poquito”. ¿Qué ocurre cuando a ese empujón lo da la misma sociedad? Cuando condena, por el contexto en el que se vive, con la falta de oportunidades y da continuidad desde la hipocresía a una construcción social injusta y desigual.


Con una atrapante historia y una fluida pluma, Nydia Farhat nos lleva a conocer este mundo con el que choca Estéfano luego del accidente, sin justificar los hechos por los que los internos cumplen sus condenas, pero trayendo a la luz el camino que recorrieron y que inevitablemente condujo al “corral”. “¿Acaso el encierro detrás de los muros es una forma legal, legitimada, para callar, maltratar, despersonalizar y denigrar a los que violan las pautas sociales?”, se cuestiona el narrador de la historia y denuncia las falencias que hay en un sistema que lejos de reinsertar, termina destruyendo.

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